Introducción de la Autora

En este poemario, Esperanzas Prohibidas, mi primer poemario, realizo una interpretación personal del mundo emocional circunstancial que me rodea. A través de los poemas me desligo del peso de la vergüenza, al mismo tiempo que realizo un ejercicio descriptivo en el cual pretendo realizar un seudo paralelismo. La mayor parte de los poemas son Elegías Apologéticas, descripción bajo la cual deseo conceptualizar el mensaje de los poemas, siendo que estos son un canto a la vida en sus diversos estadios teniendo como protagonista idealizada a la muerte, para reivindicarla y entenderla como la sublime culminación de la existencia material que da paso a otra forma de existencia más conocida como muerte.

Aclaro a todos los lectores que esta es una parte de mi creación literaria, con respecto a POEMARIOS, sobre lo cual respeto las opiniones de toda índole, toda la critica negativa o positiva, por lo cual no serán borrados sus comentarios.
Muchas gracias por leerme,
Lesdia.

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martes, 26 de abril de 2011

Una semana en el paraíso (relato)


Sucedió hace varios años cuando estaba un poco, sólo un poco más perdida que ahora…
Era de noche cuando llegué al hospital, me conectaron una sonda por la nariz para extraer todas las pastillas que había tomado unas horas atrás, mi lengua tenía espuma blanca, las enfermeras estaban molestas conmigo, lo recuerdo como algo muy vago pero sí, creo que me decían algo, tenía que ver con la vida y que yo era una inmadura o algo así, no lo puedo recordar con exactitud. Cuando llegó el Dr. comencé a hablarle y contarle toda mi vida, eso es lo que siempre hago en momentos como ese, típico de mi, bueno el pobre doctor se asustó y me derivó de inmediato al paraíso, que era el pabellon de siquiatría del hospital. Lo primero que vi fueron dos portones grandes, un guardia de seguridad, enfermeros, enfermeras y cerraron la puerta con candado. Me llevaron a una cama en la sección de mujeres. Luego de todo eso me puse a llorar sin control, lloraba y lloraba inconsolablemente, todavía no me había dado cuenta que había llegado al paraíso, tenía conectado el suero y me dieron algo para dormir. En frente de mi vi una chica, tenía casi mi misma edad, estaba llorando también pero gritaba y la tuvieron que amarrar, yo la contemplaba mientras su dolor me era tan familiar, algo muy conocido que me hacía sentir por ella una completa empatía. La mañana siguiente seguía sintiéndome mal por la depresión, no hablaba sólo esperaba que me dijeran algo y observaba todo. Horas más tarde llego otra persona, una señora, tendría treintaisiete años más o menos, me contó que el siquiatra la derivó al paraíso para tratar de evitar que le pasara algo malo como intentar suicidarse, porque ya lo había intentado en varias ocasiones anteriores. Ella era una señora dulce al hablar y yo la comprendía perfectamente, comprendía “sus porqués”, al escucharla sin censura y al sentir lo mismo que ella sobre la incomprensión de la vida, me sentía en un lugar tan familiar donde las criticas no existían, donde mis ojos se sorprendían al poder ver a gente tan parecida a mí. Era el paraíso, en cierta forma sí, en cierta forma no…
La chica en frente de mi cama se llamaba Isabelle, ella se había calmado por fin, la medicina había hecho su labor. Isabelle, una dulce Isabelle, sedada por las medicinas hablaba y desvariaba al hablar, yo me asusté un poco al escucharla, ella no podía pronunciar bien pero en el fondo me inspiraba una gran empatía y ternura a la vez. Le regalé mi osito de peluche con mucho cariño, ella se puso a llorar por ese gesto, me agradeció, yo pensaba y sólo podía sentir por ella una gran empatía y ternura a la vez por todos sus gestos tan auténticos, al hablar, al comer, al ser como ella era. En parte yo era así también muy parecida a ella, sólo que me callaba dentro de mí para que las personas no se asusten de lo que sentía y de lo que podía llegar a ser. Me ponía una máscara para que me vean “bien” y me saquen del paraíso de esa cárcel blanca, quería regresar a la realidad, le pedía a mi papá que me sacara, que le dijera al doctor que me diese de alta. Quería ver la calle de nuevo, las personas, quería salir del paraíso, en cierta parte si, en cierta parte no…
Otra señora más llegó, tenía más de cuarenta años, inmediatamente nos contó por qué la enviaron al paraíso. Ella había intentado suicidarse varias veces, con pastillas, nos dijó que debió de haber tomado más de cien pero que no funcionó y lo que debió haber hecho es haber tomado más de ciento cuarenta. Todas las de la sección mujeres la escuchamos atentas, su experiencia valía mucho para nosotras, era una cátedra de la vida. Lo tendríamos en cuenta la próxima vez porque sí, de hecho habría una próxima vez, una próxima vez de llorar inconsolablemente, en la que todo, todo doliera, hasta el vivir y ser feliz doliera en la piel y el alma, inexplicablemente doliera. Una próxima vez cuando al voltear la mirada no encontraríamos nada, ningún camino, solo esperanzas prohibidas, desolación y lágrimas. Nuestra esperanza era la muerte, la cual nos estaba prohibida y continua así hasta hoy.
Por fin me dejaron salir del paraíso, vi la calle, las personas caminando, todo seguía igual, me sentí bien de estar de nuevo en la realidad, la falsa realidad, la que no se conmueve con nada, pero no, yo iba a ser diferente, otra vez empezar, mil veces empezar, caerme y volverme a parar. A los pocos días intenté suicidarme otra vez…

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